«CINCO AÑOS DE GESTIÓN MUNICIPAL; «SE VE O NO SE VE»
RÍO GRANDE, MIÉRCOLES 16 DE JULIO 2025.- Hay gestos que definen una gestión más que cualquier discurso. La manera en que se responde ante el error, cómo se administra el conflicto, o la forma en que se escucha —o se ignora— a quienes se supone que representamos. Hoy, después de cinco años, no puedo dejar de preguntarme si fuimos escuchados alguna vez.
Mucho se prometió. Se habló de justicia social, de cercanía, de poner en el centro a la comunidad. Pero bastó con mirar con un poco de detenimiento para ver que algo no encajaba. Las decisiones importantes empezaron a tomarse lejos del barro. Desde escritorios con vista al marketing. Desde oficinas en las que no se escucha el murmullo de las calles.
Recuerdo con claridad cuando salió a la luz el uso indebido de una tarjeta corporativa por parte de un funcionario de Juventud. Se habían usado fondos públicos para gastos personales. No fue un error técnico. Fue un desvío ético. Y lo más alarmante no fue el hecho en sí —que ya era grave— sino que la denuncia surgió recién después de que se filtrara en los medios, como si el verdadero problema fuese que se supiera.
Hubo una investigación, se discutió incluso la posibilidad de sancionar al jefe político, pero todo quedó ahí: en la superficie. Nadie en los niveles altos de responsabilidad rindió cuentas. Nadie se hizo cargo de la confianza rota.
En paralelo, las calles se llenaban de obras. Pavimento nuevo, plazas remodeladas, bicisendas. Pero varias de esas obras comenzaron a mostrar fallas en muy poco tiempo. Algunas calles volvieron a romperse apenas semanas después de inauguradas. Incluso el puente que se convirtió en símbolo de renovación debió ser intervenido nuevamente por problemas estructurales. La foto no duró lo que prometía.
Y al mismo tiempo, lo cotidiano se volvía más costoso. Las tasas municipales subieron de forma sostenida, muy por encima de lo que cualquier bolsillo puede tolerar sin perder el aire. Se nos pidió comprensión. Se habló de esfuerzo colectivo. Pero lo cierto es que mientras los vecinos ajustaban sus gastos, los servicios seguían deteriorados, y muchos sentíamos que el esfuerzo no era parejo para todos.
Aún resuena en mí el recuerdo del Centenario. Un momento que pudo haber sido profundamente nuestro, de reconstrucción simbólica después de la pandemia. Pero se volvió ajeno. Casi 50 millones de pesos invertidos en artistas, viáticos y escenarios. No en atención primaria, ni en asistencia a los más golpeados, ni en reforzar áreas sensibles. Festejamos, sí. Pero algo en ese festejo nos hizo sentir desconectados. Como si el cartel de “100 años” hubiera tapado el cartel de “necesitamos ayuda”.
Y fue precisamente en esas áreas donde más se evidenció el quiebre. Varias trabajadoras de programas de asistencia y acompañamiento social fueron desplazadas o silenciadas tras reclamar mejores condiciones laborales. Lo denunciaron públicamente. Hablaron de vaciamiento, de violencia institucional, de no poder ejercer su tarea con dignidad. La respuesta no fue el diálogo, sino el castigo. Un castigo solapado, silencioso, pero efectivo.
También hubo episodios donde el disenso fue tratado como amenaza. Voces críticas en espacios públicos fueron desalojadas con fuerza. Funcionarios que respondieron con frases agresivas en lugar de argumentos. En vez de asumir el conflicto como parte de la vida democrática, se optó por expulsarlo del cuadro. Literalmente.
Y en el fondo, lo que más duele es esa sensación persistente de lejanía. De haber sido gobernados no por un proyecto colectivo, sino por una administración que priorizó la imagen antes que la escucha. Que se blindó frente a las críticas y que confundió gestión con propaganda.
Hoy, como vecina y periodista, no escribo esto desde el enojo, sino desde la decepción. Porque esperé más. Porque creí que la política podía volver a significar cercanía. Y porque, después de todo, la verdadera transparencia no necesita defensores: se ve. O no se ve.
Río Grande no necesita slogans. Necesita decisiones honestas. Necesita reconstruir el pacto con su gente. Y para eso, lo primero es dejar de maquillar la realidad.